Las mujeres hemos sido sometidas a múltiples tipos de violencia física y psicológica, pero es en la infancia cuando estas heridas son particularmente complejas porque marcan nuestra vida, son rezagos a futuro en nuestras relaciones personales. Cuando era niña siempre alguien opinaba sobre mi aspecto físico, que estaba muy delgada porque no comía o que comía muy poco, que mis orejas eran muy grandes, por lo que nunca me recogía el pelo y lo usaba siempre tapando las orejas.
El cuerpo comenzó a cambiar y mis senos aumentaron de tamaño. Los comentarios burlones y destructivos no se hicieron esperar, tanto en la familia como en el colegio. Intentaba esconderlos de alguna manera y muchas veces llegué incluso a querer quitarmelos. En los años siguientes conocí otra niña que también tenía sus senos grandes y siempre admiré su manera de quererse, porque realmente se sentía orgullosa de sus senos y lo bonitos que eran, contrario a mí, que me parecían motivo de vergüenza.
La belleza es subjetiva y se transforma de acuerdo a la tendencia, históricamente el cuerpo de la mujer siempre ha sido un referente de belleza, lo vemos en las pinturas, en el cine y en la publicidad, y desde entonces ha sido objeto de crítica. El estereotipo de la “mujer perfecta” lo han marcado los hombres como una manera de imposición establecida a partir de lo que ellos desean o les es útil. A nosotras nunca se nos preguntó realmente qué buscamos, simplemente se nos impuso, se nos volvió directa e indirectamente un objetivo inalcanzable, que automáticamente nos ubica en el lugar del inconformismo. El cuerpo perfecto se convirtió en una meta y una demostración de éxito, en la actualidad incluso también para los hombres, y de esta manera, exigimos inconscientemente que nuestra pareja se parezca a cierta celebridad marcando un hito de belleza en lo que buscamos.
Nos crearon “modelos” de mujeres a las que debíamos seguir como ejemplo de belleza y cuanto más nos parezcamos a ellas somos más dignas de ser aceptadas, reconocidas, llegando incluso a confundir la belleza impuesta como requisito para recibir amor. Hemos vivido en una sociedad que exalta la “perfección” de los cuerpos; ahora último, con una incipiente apología a aceptar el cuerpo tal y como es pero si le puedes hacer unos arreglitos, mucho mejor. Esto, sin duda, como un discurso de tendencia, ya que termina mercantilizando reivindicaciones profundas, pues seguimos resaltando el bienestar de la mujer a partir de la apariencia física, sin ocuparnos de su intelecto,cultura, relaciones sanas, su tranquilidad, sus hobbies.
Nuestra mente se programó para seguir ese parámetro que nos impusieron y comenzamos a agredirnos frente al espejo, utilizando un lenguaje violento en contra de nosotras mismas y hacia nuestros pares, porque nos enseñaron a competir entre nosotras, a vernos como enemigas y no como aliadas. Las ofensas hacia las mujeres, en su mayoría salen de otras mujeres, son una mofa de alguna característica corporal y en la medida en que han hecho que el físico nos importe más que otra cosa, duelen, y mucho. Ante situaciones como estas, mi abuela solía decirme “a palabras necias oídos sordos” y así normalizamos el bullying.
Con los años vine a entender que todas esas burlas hacia mi cuerpo, que venían de personas en las que yo confiaba, realmente generaron autos desconfianza, mi propia inseguridad de no poder cumplir con las expectativas de alguien porque no soy suficiente.
Las inseguridades se trasladan a otras áreas de mi vida, no solo en mi relación de pareja sino también en lo laboral; por ejemplo cuando creo no tener las capacidades para desempeñarme en cierto cargo. Las comparaciones llegan a mi cabeza todo el tiempo, no aparecen de manera fortuita en nuestra mente, en el pasado fueron instauradas cuando nos comparaban con alguien cercano, una prima o una hermana. Esto sin duda hace que poco a poco se agudicen las inseguridades hasta convertirse en complejos que mujeres maduras padecen.
Estamos en la obligación como sociedad de generar un cambio en todo sentido, social y político. Hemos avanzado y evolucionado lo suficiente para entender lo que no funcionó en el pasado y no repetir la historia, lo que nos parecen quejas banales hoy en día, dio pie a que alguna vez las mujeres lucharan por el derecho al voto o por el derecho a divorciarse y quedarse con sus hijos. Las protestas de hoy son causas justas y pertinentes. Parte del problema que tenemos hoy día viene de un sistema que nos obligó a odiarnos como mujeres, a nosotras mismas y entre nosotras, a ser rivales sin ser consciente de ello y creer que las mujeres nos envidiamos las unas a las otras, ponernos estándares de belleza para calificarnos y darnos un lugar decorativo.
Hay una línea muy delgada entre la vanidad que alimenta el ego y el amor propio que viene del alma, aprender a aceptarnos tal y como somos, a cuidarnos desde la salud y no la satisfacción masculina, aprender a vernos hermosas y sentirnos así, amar nuestro cuerpo y no agredirlo. Unirnos como mujeres no es ir en contra de los hombres, al contrario, la idea es hacerlos parte de una lucha por la igualdad y el cuidado mutuo, es generar un cambio en el que podamos construir juntos una nueva sociedad bajo un sistema de equidad, empezando por algo mínimo como dejar de ofender a otros por sus rasgos físicos, una sociedad libre de violencia psicológica.
Mi invitación es a aprovechar las nuevas tecnologías en pro de las causas, que no sea simplemente subir fotos para demostrar “el amor propio”, sino que logremos reeducar a la sociedad acostumbrada al maltrato, desde los influenciadores que tienen una gran audiencia hasta quien tiene pocos seguidores. Todos podemos aportar a este nuevo cambio, en el que que no hayan más casos de mujeres que mueren en un quirófano. Que nuestra meta como seres humanos no sea cumplir con el ideal de belleza física, sino que sea el cuidado individual y colectivo como una expresión de amor.
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