– ¿Te vas a morir? – Me preguntó sorprendido.
– Sí, todos nos vamos a morir algún día – Le dije.
– Sí, lo sé, es inevitable. Pero ¿por qué haces todo esto?
– ¿Hacer qué? – Le pregunté con una mirada ingenua mientras disfrutaba de un cóctel lleno de alcohol, tal vez el más alcoholizado que había probado en mi vida.
– ¡Esto! Invitarme de viaje, gastar todos tus ahorros, vivir como si no hubiera un mañana.
– ¡Ah! Decidí vivir, eso es todo. ¿Por qué te sorprende?
– Nadie haría eso en sano juicio, Esther – Me dijo con un tono paternal y regañón.
– Bueno, es porque nos dedicamos a vivir en “sano juicio” – Le dije acentuando la frase con unas comillas hechas con mis dedos.
– Dime la verdad, tu enfermedad avanzó más de lo que creías, ¿verdad? – Preguntó enfadado.
– Puedes llamar las cosas por su nombre y sí, el último chequeo no salió como queríamos, salió como debía ser.
Seguí tomando ese delicioso mojito como nunca antes, sentí cómo refrescaba mi garganta y al mismo tiempo la quemaba con tanto alcohol.
– ¿Qué haces tomando, Esther? – Intentó quitarme el vaso y lo detuve.
– ¿Qué pasa? Nunca me habías prohibido algo, Pablo.
Se derrumbó en el piso y no paraba de llorar, aferrado a mis piernas me pedía que parara, que era la peor broma que le había hecho.
– Cariño, no es una broma. Si te invité a pasar conmigo este fin de semana es porque quiero que quede un lindo recuerdo entre los dos. Quiero evitarme las despedidas dolorosas, ya sabes que no me gusta el drama.
Le dije mientras secaba sus lágrimas sentados en un andén como adolescentes alcoholizados.
– No quiero perderte, Est. Siempre has sido la mujer más importante de mi vida – Me dice en medio de su llanto.
– Yo lo sé, y sé el amor que siempre nos hemos tenido. Por eso quise que disfrutáramos de este último viaje juntos.
Nos unimos en un fuerte abrazo lleno de calma y tranquilidad.
– ¿Por qué no me lo dijiste? – Pregunta de nuevo.
– Ya lo sabes – Le contesté.
– Sí, pero…
Pongo mi dedo en su boca, acerco mis labios a su oreja y le digo al oído:
– Solo quiero que disfrutemos y pasemos el mejor fin de semana de nuestras vidas.
Y así fue. Paseamos por la playa tomados de la mano, hicimos el amor todas las veces que pudimos, comimos hasta saciarnos, bailamos y gozamos lo que no hicimos en mucho tiempo.
– Es curioso – Le dije mientras estábamos acostados en la arena viendo las estrellas.
– ¿Qué? – Preguntó.
– Cómo disfrutamos la vida más cuando sabemos que la vamos a perder.
– Es porque creemos que somos eternos – Contestó.
Giro mi cuerpo hacia él, pongo mi mano en su pecho y mi cara quedó viéndolo fijamente.
– Sí lo somos – Le dije muy segura.
– El tiempo no existe y somos eternos en los recuerdos – Le dije acercándome a su oído.
– Te voy a extrañar tanto – Me dijo apretándome contra él.
– Cuando mires al cielo me recordarás, cuando veas nuestras fotos y escuches esta canción, estaré contigo. Y cuando sea el momento, nos volveremos a encontrar.
Nos dimos un beso largo y apasionado. Ese es el recuerdo que dejamos de los dos. No quise volver a verlo, le pedí que no me buscara al regresar del viaje, le pedí que siguiera su vida. Y aunque nos escribimos por un tiempo más, le hice saber que se enteraría de mi partida porque ese día haré una fiesta para celebrar mi renacer.
Espero que ese día bailen y festejen por mí, que sean muy felices y agradecidos con la muerte por llevarme primero. Sé que no debo bromear con eso, pero no hay vida sin muerte y no hay muerte sin vida, así que nos guste o no… son inseparables.
Añadir un comentario