En el inicio de los tiempos donde todo era nada, hubo un encuentro de almas en el que se pactaban entre sí sus diversos destinos. Un par de almas decidieron permanecer siempre juntas, prometieron que jamás en el tiempo infinito se separarían y que viajarían juntas a sus destinos, sin importar la forma que decidieran tomar, siempre estarían conectadas en un grado muy cercano la una a la otra.
Pasaron millones de millones de años viajando entre diferentes universos, en algunas ocasiones eran madre e hija, en otras tomaban la forma de dos hermanos muy unidos, tanto que nacieron y murieron al mismo tiempo. Se acompañaban y se esperaban durante los destinos que elegían, cuando tomaban formas en las que los separaban de territorios siempre se las arreglaban para encontrarse de algún modo; incluso en otra ocasión fueron compañeros de guerra y aunque pertenecían a bandos diferentes sabían que había una conexión entre ellos que no les permitía ser enemigos. Estas almas al tomar la forma a la que iban destinadas no recordaban su pacto, sin embargo, su destino estaba así marcado de tal manera que siempre sabrían que se habían encontrado.
Las almas gemelas, les llamaban las demás. Algunas otras almas se inspiraron en su pacto y decidieron hacer lo mismo, sentían una fuerte conexión que no lograban explicar y al tomar la forma humana comenzaron a descubrirlo. Sabían que al ver a su alma gemela a los ojos podrían reconocerse a sí mismos, había una inexplicable sensación con el tacto entre sus cuerpos, tenían la necesidad de saber que el otro estuviera bien, de protegerlo. Cada que regresaban a su encuentro de almas discutían acerca de esa extraña sensación, sin importar la forma que tomaran cada vez era más fuerte.
Las otras almas comenzaron a ver un color diferente en ellas, era un morado celestial y cuando se acercaban a ellas sentían paz. Les preguntaban por qué razón estaban cambiando y sin ninguna explicación solo decían que era el amor. A su retorno siempre sentían más amor entre ellas y seguían cambiando de color, durante todo el tiempo que llevaban juntas jamás habían sido destinadas a ser una pareja de enamorados, no habían decidido encontrarse para ser amantes, novios o un matrimonio. Sin embargo, en esta ocasión decidieron tomar la forma de un par de enamorados.
Pactaron encontrarse desde pequeños y crecer juntos, para así al llegar a la adolescencia iniciarían su noviazgo. Cuando tuvieran la edad suficiente según la época a la que llegaran, se casarían, tendrían hijos y vivirían una vida perfecta llena de amor hasta el final de esa vida juntos y retornar de nuevo.
Y así fue, nacieron este par de almas nuevamente a la vida. Un alma tomó la forma de un hermoso niño, a quién sus padres llamaron Manuel. Él creció y aún no conocía a su alma gemela en forma humana, extrañamente este niño durante sus primeros cinco años, desde que empezó a caminar y a balbucear algunas palabras, siempre miraba por la ventana como expectante de algo. Sus padres lo llevaron al kínder donde conoció algunos amigos y decían sus maestros que era un niño muy inteligente para su edad. Tenía un gran don con la pintura y siempre estaba dibujando un rostro abstracto de color morado; siguió creciendo y continuó con el curso que debía llevar su vida, hizo sus estudios de primaria y secundaria con sus compañeros, siempre destacándose entre los demás por su increíble conocimiento de la historia, algunos les aterraba que al hablar de ella parecía que la hubiera vivido.
Su pintura fue evolucionando y el rostro que siempre pintaba ya tenía forma, era un rostro hermoso y angelical, una mujer con una nariz pequeña y muy fina, labios delgados y unos ojos grandes con una mirada enternecedora, su cabello era largo y rizado.
Al preguntarle por esta mujer, él aseguraba que no la conocía, pero que su imagen siempre llegaba a través de sus sueños, en ocasiones era una imagen fugaz, que se movía entre sombras. Cuando el sueño parecía ser real y él podía incluso sentirla, despertaba palpitante.
Decidió formarse como artista y entró a una prestigiosa escuela de artes donde le fue otorgada una beca por su talento, sus padres se sentían orgullosos de su hijo a quién le brindaban todo el amor y el apoyo en las decisiones que tomara. En su primer año conoció algunas chicas con las que salía y tenía aventuras, pero no sentía nada de lo que estaba buscando, sus amigos se mofaban de él y decían que era un eterno enamorado, que las historias de amor no son reales y que son cuentos de fantasía, que el verdadero amor es el que uno siente hacia uno mismo. Sin embargo, Manuel seguía esperando que llegara su alma gemela, muy dentro de él, sabía que ella existía y que pronto se encontrarían. Seguía buscándola en cada lugar al que iba, y su deseo de saber más acerca del pasado era latente, sentía que su alma ya había estado en algunos lugares que creía reconocer, que conocía personas que ya había conocido en otro momento, pero no en la vida que llevaba, buscaba en libros, e incluso consultaba personas que decían ser expertas en el más allá, pero no encontraba respuestas.
En sus sueños seguía viendo esta mujer, algunas veces le pedía que la rescatara porque estaba atrapada, en otras ocasiones vivían momentos pasionales y se compenetraban entre sí. Manuel pintaba los sueños que tenía con ella y creó una gran obra, fue expuesta en los mejores museos del mundo y en medio de su vacío por su fe desmedida anhelando un encuentro predestinado con el amor de su vida, creía que, con su exposición ella podría encontrarse a sí misma.
El tiempo siguió pasando y su famosa obra se convirtió en la colección mejor valorada del museo de arte de una de las ciudades más importantes del mundo. Manuel ya era un aclamado artista, vivía la fortuna de obtener reconocimiento y además poder vivir del arte, la suerte con la que no todos los artistas cuentan. Tenía cuarenta y cinco años de edad, muchas amantes, pero ninguna era la mujer que había pintado; ninguna era su “alma gemela”. Se había convertido en lo que nunca quiso ser, un hombre solitario rodeado de lujos sin con quien compartir, con miles de falsos amigos y un montón de mujeres que se morían por casarse con él, pero por ninguna sentía lo que deseaba sentir.
Se alejó de sus padres y de todas las personas que estaban a su lado, se encerró en sí mismo y ya ni siquiera pintar le alimentaba el alma. Tenía una horrible sensación de derrota, como si nada de lo que había logrado tuviera merito, sentía que él no era nada sin su alma gemela y cada día estaba más seguro que sí existía.
Decidió entonces enfrentarse a la muerte y la desafiaba constantemente, no sabía si por valentía o cobardía no era capaz de quitarse la vida con sus propias manos, se exponía al peligro esperando morir para ir al encuentro con su alma gemela, pero la vida era cruel e injusta con él y siempre enviaba a alguien para salvarlo. Su carrera se acabó, ya nadie quería ver sus pinturas porque se dedicó a autocopiarse y no generaba nada genuino. Su fortuna se terminó y debió volver a casa de sus padres, aunque estos viejos, enfermos y abandonados por él años atrás, lo recibieron con los brazos abiertos. Manuel comenzó a recorrer su vida de nuevo, pensó en todas las personas que alguna vez conoció y no había tenido en cuenta, revisaba los álbumes de fotografía con sus compañeros de colegio y no había ninguna cara parecida a ella, incluso estuvo visitando el kínder donde estudió a ver si tal vez encontraba una pista.
Decidió aprovechar el tiempo que le quedaba con sus padres y les ayudaba en lo que necesitaran, volvió a ser el buen hijo que ellos tanto querían. Manuel ya había pasado los cincuenta años y su padre oscilaba los ochenta, le dijo que siempre soñó con tener nietos pero que entendía su decisión de permanecer soltero, sin embargo, el amor que sentía hacia su esposa lo fortalecía día a día y le pedía a dios que si la muerte llegaba lo encontrará a él primero porque no soportaría ver morir a su amada y que la esperaría en el cielo para seguirse amando hasta la eternidad. Manuel rompió en llanto y le pedía a su padre que no dijera eso, pues no resistiría ver partir a ninguno de ellos; la vida tenía que seguir su curso y así fue, el padre de Manuel falleció y al siguiente año su madre también.
Estando más solo que nunca a una edad en la que se empiezan a sentir los años, el cuerpo pasa factura y lo que no se hizo también se cobra, Manuel decidió mudarse de ciudad y comenzó a trabajar como profesor en la escuela de artes de la que egresó. Sus estudiantes lo admiraban a pesar que ya no gozaba de la misma fama de aquel entonces, seguía siendo un prodigio en la pintura y en la historia. Manuel ya resignado a no encontrar el amor de su vida, decidió salir con otra maestra contemporánea a él; su relación se basaba en la pintura y en la literatura, iban a cine, cenaban juntos y de vez en cuando salían de la ciudad. Una relación algo rutinaria, pero pensaba que eso era suficiente para un hombre de casi sesenta años.
Un buen día llegó una estudiante de intercambio; estaba haciendo una maestría en historia del arte y le recomendaron tomar su clase. Era una mujer de unos cincuenta y cinco años de edad. Su piel estaba bien cuidada a pesar de los años, tenía pocas arrugas y debido a su vanidad no tenía canas. Su nariz era pequeña y muy fina, sus labios delgados y mantenía siempre una sonrisa cautivante. -Se nota que en su juventud rompió muchos corazones- le dijo Manuel en cuanto la vio. Ella no sabía si golpearlo porque le dijo vieja o sonreír porque halagaba su belleza, tomó una actitud de indiferencia, entró al salón de clases y se sentó en la primera fila.
Manuel la invitó a presentarse ante sus compañeros, ella un poco apenada porque era tal vez veinte o treinta años mayor que el resto de su clase se levantó y se presentó: – Mi nombre es Máxine Foissard vine de intercambio a terminar la maestría y me dijeron que la clase del maestro Hidalgo es la mejor.
Manuel bastante intrigado por conocerla la detuvo al terminar la clase y le dijo: – Madame Foissard,pouvons-nous parler quelques minutes, s’il vous plaît? –
–Veo que habla francés- respondió ella. Manuel un poco nervioso mientras tomaba sus cosas y las guardaba en su maletín, le dijo: – Sí, desde niño he tenido facilidad con los idiomas y aprendí más cuando viví en Paris- Máxine se quedó mirándolo detenidamente durante un silencio prolongado y le dijo: – Lo vi varias veces en Paris, pero jamás me atreví a hablarle, siempre quise contarle que al ver su pintura yo sentía que me estaba viendo en un espejo-
Manuel por primera vez en mucho tiempo sintió lo que siempre buscó, un deseo entrañable por tomarla de la cintura, acercar su cuerpo al suyo y besarla sin parar mientras el mundo giraba a su alrededor. Quedó pasmado, estático y no podía ni siquiera pronunciar una palabra. Máxine desconcertada sintiendo que había cometido una infamia al compararse con una obra de arte, bajó la cabeza y giró para salir del salón de clases. Manuel seguía intentando atar todos los hilos en su cabeza, cómo era posible que durante los quince años que vivió en Paris jamás la hubiera conocido, ni haberla topado en el museo, en la calle, en algún café, de haberla visto no la habría dejado ir jamás. Máxine se fue del salón de clases pensando en todas las veces que lo tuvo cerca y no fue capaz de hablarle, en las veces que lo vio sentado solo en un café cerca del museo que frecuentaba y al que ella también iba únicamente a verlo porque sus nervios no la dejaban acercarse a él. Quería contarle que una vez conoció esa pintura no dejaba de soñar con que él era el amor de su vida, que nunca se había casado porque ningún hombre le hacía temblar las piernas como le sucedía cuando lo veía, que su voz no se le entrecortaba con nadie que no fuera él y que decidió tomar esa clase porque supo que él la iba a dictar y pensaba que si a sus cincuenta y cinco años no era capaz de hablarle ya nada habría valido la pena.
Manuel salió corriendo tras ella, la tomó de la mano y la miró cuidadosamente, examinaba su cara completa, la forma de sus ojos, de su nariz y de sus labios. Mientras la miraba sonreía y ella también, las lágrimas corrieron por sus ojos, se abrazaron y él no paraba de decirle que la estuvo buscando durante muchos años, que era la mujer de sus sueños y que sabía que estaban destinados a estar juntos.
Máxine sorprendida por sus palabras lo abrazó muy fuerte y le dijo: – Creí que me había vuelto loca por desear conocer a mi alma gemela. Con los años intensifiqué la búsqueda y estudié psicología para auto comprenderme, porque ningún hombre que me pretendía era lo que yo buscaba, eran buenos hombres, pero no lo que yo quería. Hasta que encontré tu pintura y al verme ahí retratada, una extraña sensación llegó a mí. Algo me dijo que ya nos conocíamos en otra vida; investigué como pude sobre ti, hasta que te perdí el rastro. Cuando me había dado por vencida, encontré esta maestría y decidí aplicar. Conté con la suerte que fui aceptada porque si no fuera por estarte buscando todos estos años no sabría lo que sé de arte. –
Manuel estupefacto, recorría la cara de Máxine con sus manos, tocaba sus labios, su nariz, repasando la similitud con su obra de arte. Las lágrimas brotaron de sus ojos y le era imposible musitar palabra alguna, Máxine por su parte, seguía hablando todo lo que no había podido decir en años y tenía guardado. Le comentaba las veces que estuvieron sentados en el mismo café pero ella siempre pasaba desapercibida, de las veces que lo vio en La Huchette escuchando los grupos emergentes de jazz, ella hace una pausa y toma un respiro de su acelerada verborrea. Manuel la mira a los ojos y la toma de la mano invitándola a seguirlo.
Desconcertada ante la prisa le pregunta para dónde van, él sin darle ninguna explicación le dice ya verás. Cruzan el campus de la universidad, hasta llegar al taller de arte de Manuel, tiene un lienzo en blanco que anhelaba ser usado pero la falta de inspiración tenía detenido a Manuel. De repente esa emoción que le generaba pintar, regresó. Máxine asombrada por estar en el lugar de trabajo del artista que admira, recorre el lugar, toma alguna de las pinturas y siente ese olor que la transporta de inmediato a París, cuando vivía a tan solo unos metros de Manuel y podía verlo pintar a través de su ventana.
Manuel le pide que se siente en un taburete que sitúa cerca de su lienzo. Máxine cubierta por la timidez y un poco de vergüenza, baja la cabeza y él le corrige la postura con sus manos. La mira fijamente, la observa y analiza cada línea de su cara. Recorre con el pincel su nariz, sus ojos cuando los cierra y comienza a pintarla. Máxine siempre soñó con ese momento, así que cada tanto intentaba darse pequeños pellizcos para saber que fuera cierto, Manuel pone un disco de Jazz francés con el que tanto le gusta pintar y ella de inmediato lo reconoce, y evoca ese momento en que le veía al son de la música departir con sus amigos. Manuel sigue sin hablar, concentrado únicamente en retratar a la mujer que ha estado buscando durante décadas. Máxine tiene mil preguntas, pero prefiere disfrutar del silencio de ver a su amado.
Las horas pasan, sin embargo, para ellos no. Vienen a buscar a Manuel porque no llegó a la siguiente clase que dictaría, ni a la siguiente. Uno de sus colegas muy preocupado porque jamás había faltado a dictar una clase, lo busca en el taller, cuando entra conoce a Máxine y queda atónito con el parecido a la obra más famosa de Manuel. Lleva a Manuel a un lado y le pregunta dónde encontró a esta mujer tan parecida, y Manuel exaltado le dice ¡Es ella! ¡Es ella!
Manuel sigue pintando y pasan las siguientes horas hasta que termina su obra, La Gran Máxine conmemora la búsqueda del amor. Los dos se quedan viendo la obra y sienten la satisfacción de haber cumplido un sueño. Manuel la invita a tomar un café en su casa y quiere mostrarle todo lo que había pintado basado en el rostro abstracto que tanto buscaba. La casa de Manuel, era tal y como lo imaginaba Máxine, llena de libros y vinilos como un coleccionista empedernido. Manuel le pregunta si tuvo hijos y ella le hace ver que no sentía que un hijo llegará a complementar lo que ella buscaba.
Dos almas solitarias que se buscaron durante mucho tiempo, se encuentran sentados frente a frente, expectantes el uno del otro sobre la decisión a futuro, ya no son adolescentes, pero sienten las mismas cosquillas que siente un joven en su primera cita de amor, y aunque no tengan nada que perder, la incertidumbre de una vida juntos los llena de miedo, la excusa perfecta para no comprometerse estaba ahí justo delante de su mirada. Máxine toma la mano de Manuel y le dice: – Pudimos haber estado juntos desde hace tiempo, aunque nuestros cuerpos no lo estaban, nuestras almas se buscaban. Este es nuestro tiempo, el que nos fue otorgado para disfrutarlo. Hoy más que nunca ratifico que tú y yo seguiremos viajando por diferentes destinos siempre encontrándonos el uno al otro conectados por el amor.
Añadir un comentario