Instintos salvajes

Victoria festeja el día de su grado, su padre orgulloso de verla convertida en economista con  un futuro prometedor, ofrece un tradicional brindis. Joaquín levanta su copa y pronuncia  unas palabras de admiración hacia ella, se arrodilló en medio de los invitados que presenciaron la escena, saca una pequeña caja de su bolsillo y ella, como un reflejo ante la inminente  propuesta, estira su mano izquierda como signo de aceptación. 

Han pasado diez años de aquel festejo y probablemente él no lo recuerde, así que Victoria  decide preparar una cena especial para celebrar. Contemplando su diploma de graduación, seca sus lágrimas y con una sonrisa discreta admite que los años pasaron en un abrir y cerrar  de ojos. Ahora tiene tiempo de sobra para dedicarse a su hogar mientras su esposo trabaja  arduamente para mantener la vida que le prometió. Él llega puntualmente a las siete, trae  consigo una botella de vino, la tiene entre sus brazos, sus ojos desorbitados de amor se quedan  viéndola. – ¡Mira esta botella! La reserva es de 1952, me la trajeron de Francia y merece ser  disfrutada en una ocasión especial.- Le dice Joaquín mientras la contempla. 

Victoria mira la botella y recuerda los primeros años de matrimonio. Habían convertido casi  en un ritual disfrutar de una botella durante la cena todas las noches; para luego pasar a  saborear sus cuerpos…Sus labios se encuentran, se tocan, se besan. Joaquín derrama un poco  de vino sobre ella, una línea larga que empieza a recorrer desde el cuello pasando por sus  prominentes senos hasta llegar a su abdomen, lame esta gota en el sentido contrario del  trayecto hasta juntar sus bocas y entrelazar sus lenguas. Acaricia sus piernas y agarra  fuertemente sus caderas apretándole contra su pelvis, la disfruta y la saborea completa. Ella  se estremece con ese recuerdo, muerde un poco sus labios y siente un enorme deseo por  revivir aquellos años, pero ahora parece que él disfruta únicamente la botella.

Joaquín no se percata del motivo de celebración y habla sobre su día en el trabajo, las  reuniones que ha tenido con los ministros y algunos importantes banqueros para cerrar negocios, de la economía del país y la interrumpe cada vez que intenta dar su opinión. -¡Las  cosas han cambiado mujer! ya han pasado muchos años desde que te graduaste y no debes  recordar ni siquiera qué es la economía.- Le dice durante la cena. Ella se mantiene serena,  respira profundo y después de una falsa sonrisa toma el primer bocado, evita mirar a Joaquín  a los ojos cuando está hablando, toma el cuchillo y el tenedor con fuerza, y se concentra en

el corte de la carne. Trae la botella especial para servirla en la cena -¡No mujer!- Exclama  Joaquín bastante ofuscado. –Te dije que es para una ocasión especial, esta es una simple cena  ¡nada más!- Frunce el ceño y sigue comiendo. Ella agacha la cabeza y lleva el tenedor a su  boca. Sus ojos llenos de dolor esconden las lágrimas que evita dejar caer. 

Él trae otra botella de su cava personal, la acaricia, saca el corcho y lleva la boca de la botella  hacia su nariz, siente el aroma y se deja seducir. Sirve en la copa e introduce su dedo índice  en ella, luego lo lleva a su boca y suspira de placer. Toma la copa de Victoria, pero ella con  desagrado interpone la mano para evitar que le sirva. Él no le da importancia a lo sucedido,  bebe un sorbo de su copa y exclama – Si prefieres una soda, es tu problema.-

Ella no soporta más la humillación, se levanta de la mesa sin terminar de comer y sin  pronunciar una sola palabra, sube a su habitación y retira el maquillaje de su cara mientras  mira al espejo; cada capa que va saliendo deja entre ver una mujer cansada a la que los años  han golpeado, derramó varias lágrimas que se mezclan con el rímel, dejando así manchas  negras en todo su rostro. – No entiendo su obsesión si es una simple botella vieja. A ella la  desea y por mi dejó de sentir eso- Termina de quitarse el maquillaje y se dirige a la cama,  saca de su mesa de noche un diario, en el que anota sus deseos más íntimos. 

Al siguiente día muy temprano llega el entrenador personal para iniciar con la rutina de  ejercicios, Joaquín mira por la ventana la forma seductora en la que él saluda a su esposa, se besan en la mejilla y él aprieta la cintura de ella con su mano. Por su mente pasan la  incertidumbre y los celos, el entrenador es probablemente diez años más joven. Decide buscar entre las cosas de Victoria algo que confirme su sospecha y encuentra el diario. Revisa que  ella todavía esté en el jardín y lo toma entre sus manos, lee rápidamente las primeras páginas,  nada que no sepa aún; el rutinario matrimonio, la constante indiferencia de su parte, el vacío  y la desilusión por la vida que lleva. De repente, escucha pasos que se aproximan, toma el  diario y lo guarda en su maletín, sale del cuarto y baja las escaleras con prisa. Ve a lo lejos a su esposa con su entrenador riendo a carcajadas y se llena de ira. Abre la puerta y la cierra  detrás de él con un golpe seco. 

Estando en la oficina se dispone a leer el diario de su esposa, abre una página y encuentra  unas líneas que le causan curiosidad: “Descubrí la manera de calmar la pasión y mis más  íntimos deseos, no puedo evitar pensar en ti, penetrando y desafiando mis instintos

salvajes…” De inmediato viene a su cabeza la imagen del entrenador; alto, atlético y moreno,  con los pectorales y abdominales marcados. Imagina sus manos grandes sobre la espalda  baja de su esposa, apoyada en sus manos y pies, contrayendo su pelvis hacia adentro y hacia  afuera, mientras él clava la mirada en sus glúteos. Se llena de ira, toma un vaso de whiskey  y lo bebe de un solo trago. Continúa leyendo el diario “… Lentamente acaricias mi cuerpo  con tus manos, tocando mis muslos y mis caderas, tus labios rozan mi abdomen, con  pequeños mordiscos a mi cintura vas subiendo hasta llegar a mis senos y con tu lengua  saboreas mis pezones. Mi piel se estremece y mis labios anhelan probarte, mi respiración  aumenta súbitamente, tu boca sube por mi cuello y bordea mi oreja, mientras tus labios se  van acercando a los míos.” 

Entretanto luego de terminar su entrenamiento, Victoria llena la tina de agua caliente y pone  un poco de espuma, ha dejado claro que no quiere ser interrumpida y se sumerge. Joaquín  hace una llamada a su esposa y ella no contesta. Se irrita y de un solo golpe cae el vaso de  whiskey ya vacío al piso, suena el vidrio quebrarse y la secretaria acude ante el estruendo. Él  pega un grito y la corre despavorida. Sigue inmerso en la lectura. “En la tina mientras  bebemos una copa de ese exquisito sabor francés, frutal y amargo. Tus dedos bajo el agua  tocan mi vulva, moviéndose de manera circular los introduces tan profundo hasta sentir mi  clítoris, me provocas, me excitas y yo solo quiero devorarte enseguida…”

Joaquín toma el diario, coge las llaves del carro y sin pensar en lo que pueda encontrar, llega  a su casa, se percata que su botella especial no está, pregunta por Victoria y le dicen que  sigue en el cuarto de baño, sube ofuscado pero sigiloso por las escaleras, se acerca a la puerta y escucha a su esposa gemir avivada. Abre la puerta con determinación, ella se sorprende al  verlo, está del mismo tono que el vino y tan caliente como el vapor. 

Joaquín con el diario en las manos, lee en voz alta las últimas líneas que están escritas: 

“Cada vez te siento más lejos, me carcome el deseo incesante que aún con los años no se  extingue. Porque el infierno de no tenerte es peor que la misma muerte”

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