La vida en redes sociales se ha convertido en una extensión de nuestra vida privada, algunas personas las usan para vender sus productos, sus servicios o a sí mismos como marca personal. Algunas otras muy reservadas y tal vez escépticas del poder que tienen, no les dan mayor uso ni aprovechamiento. Sin embargo, se han convertido en una parte vital para la información y las comunicaciones, un lugar donde compartir nuestras ideas e incluso conocer nuevas personas que van apareciendo gracias a los algoritmos de estas.
Pues bien, en la vida real también funcionan estos algoritmos que nos acercan o alejan de las personas. A veces sentimos que vibramos en sintonía con alguien que recién conocemos y compartimos los mismos ideales o incluso luchamos por las mismas causas; pero también tenemos esos amigos que con el tiempo comienzan a alejarse y ya lo que tal vez nos unía no es tan fuerte.
A medida que va pasando el tiempo, nuestros pensamientos van cambiando, nuestras posiciones políticas también, vemos cómo algunas celebridades se han enfrentado al escarnio público por un trino de diez años atrás. Hoy día, estamos más expuestos en cuanto a lo que compartimos y publicamos en nuestras redes. Hay quienes se limitan a compartir publicaciones temiendo ser despedidos de sus empleos o perder clientes por sus posiciones frente alguna polémica actual.
Estamos en un tiempo de transformación pero aún quedan personas arraigadas a las viejas costumbres, esas que nos inculcaron y nos hicieron creer que era la verdad absoluta, es tiempo de desmitificar la leyes impuestas bajo la religión. Esa doble moral que tiene al país sumido en el atraso y además en la polaridad entre “los buenos” y “la gente de bien”.
Todos se basan en su moral y en sus principios para autodenominarse una buena persona, exigen respeto por sus opiniones pero no respetan las otras, no toleran al que no piensa como ellos y no estoy hablando de un solo “grupo social” sino de todos, bien sea los que se identifican más con la derecha, como los de centro-derecha, centro-izquierda, izquierda, todos.
Realmente la política se convirtió en un ring de boxeo y nosotros los espectadores aportamos a que sus líderes se beneficien de ver al pueblo pelear entre ellos mismos por el fanatismo hacia un sector político y la idolatría por un representante.
No se trata de convencer al otro en qué está mal, es fundamental entender que necesitamos garantías en un país en el que hace mucho tiempo la gente dejó de creer en la justicia y lo peligroso de esto es que haya gente que justifique la violencia como defensa propia. Las instituciones y los organismos de control son quienes están a cargo, porque en una sociedad en la que sobresalen los prejuicios, por su forma de vestir, por el estilo de vida que lleva, por su ideología política, por su color de piel, por su lugar de nacimiento o lugar de residencia, entre otros, es muy peligroso que existan senadores que promuevan una ley de armas.
En Colombia somos especialistas en juzgar a las personas; las mujeres víctimas de abuso sexual y violencia física generalmente son culpadas por no prevenir que les sucediera, justificando al violador. Las víctimas asesinadas por defender los derechos de otros son culpadas por “meterse donde no los llaman”, es tan absurdo cómo normalizamos el prejuicio en nuestras vidas, que en este momento de pandemia en que se prioriza la vacunación de las personas que tengan alguna comorbilidad, la comunidad LGBTI se ha visto ultrajada ya que lo primero que les preguntan al ver que fueron vacunados es si tienen VIH, asumiendo que por ser homosexuales padecen esta enfermedad.
Estamos en pleno siglo XXI y la humanidad se supone que ha evolucionado lo suficiente para entender que todas las personas merecemos respeto y que todos somos seres humanos, pero al parecer aún en generaciones de personas jóvenes adultas, todavía existe la creencia de las castas y los roles de superioridad.
Es entendible porque muchas de las personas que hoy día estamos alrededor de los 30 años y más, fuimos educados en colegios católicos dirigidos por congregaciones donde se inculcan ciertos “valores” que con el tiempo hemos visto que seguían una línea patriarcal, conservadora y hasta fascista en contra de lo que para ellos es diferente y simplemente no está bien.
Creo que es hora de darle a las redes sociales el uso que se merecen, más allá de compartir lo que hacemos día a día, que no está mal, y no tiene porqué ser juzgado lo que se comparta allí; sí es importante tomarse el tiempo de analizar lo que leemos y los puntos de vista contrarios a lo que llevamos creyendo toda la vida, es hora de romper esos paradigmas. Si queremos un país desarrollado, comencemos por evolucionar nuestros pensamientos, es momento de dejar el racismo, la xenofobia, el clasismo, el machismo y el fascismo. Esas corrientes y/o doctrinas con las que nos criaron no son sanas emocionalmente para nadie, estar en contra de las reglas no es malo, seguir unas reglas que van en contravía de los derechos humanos, sí lo es.
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