El ser humano siempre le ha tenido miedo a la muerte porque no sabe qué hay después, vivimos con miedo a la muerte evadiéndola, limitando la vida. En ocasiones por estar evitando los peligros, nos olvidamos de vivir intensamente, de amar desde la profundidad, eludiendo el dolor, creyendo en que existe una sola forma de vivir la vida.
A medida que pasa el tiempo, el sistema va cambiando y va determinando nuevos parámetros de “la vida soñada”. La sociedad crea un nuevo modelo de éxito y un nuevo listado de sueños por cumplir, entonces estos sueños se convierten en nuestro propósito de vida que al parecer son el mismo listado para la gran mayoría de personas: ser feliz, tener una vida tranquila, viajar por el mundo, tener una pareja estable, obtener reconocimiento, entre otros.
Nos olvidamos del proceso para conseguir todo eso que anhelamos, la felicidad está en los pequeños detalles, lo que realmente disfrutamos es el proceso y no el resultado. La felicidad no es la meta, es la vivencia. Ser feliz es una decisión espiritual y no depende de las circunstancias externas, en realidad y aunque suene utópico e inverosímil, realmente ser feliz solo depende de nuestras reacciones ante las situaciones que sorteamos en la vida.
La felicidad puede estar en una noche con una persona que quizás no volverás a ver, en el pasaje de un libro que leíste y ya no encuentras, en un viaje jamás planeado, una comida que probaste por primera vez, un baile solo en medio de la gente, aquella vez en que tocaste una guitarra invisible mientras escuchas una canción, ese pequeño momento de risa con tus amigos, incluso en aquella mascota que llegó a tu vida sin buscarla.
La vida es más que un plan, dejarse sorprender por la vida y sus múltiples regalos es tomar la decisión de ser feliz, permitirnos fracasar nos hace crecer, no tenemos porqué saberlo todo, ni vinimos a una competencia, todos llegaremos tarde a temprano al mismo lugar.
Lo único certero es la muerte pero sin ella no hay vida, lo que debe morir es el miedo para que podamos vivir, el miedo a lo desconocido, al fin de lo que conocemos como realidad. Si tan sólo viéramos la muerte como una extensión de la vida dejaríamos de temerle y viviríamos plenamente.
Pero la vida, como la conocemos, es un instante. Para algunos parece eterna y otros quisieran comprar más tiempo; vivir es tan simple como el mismo verbo pero lo hemos complicado con creencias absurdas. El deber ser de la sociedad nos ha llevado a cumplir con estándares que nos desvían de nuestro verdadero proceso, nos desvían del amor que es nuestro camino, nos distraen de nuestro propósito de trascender, porque el crecimiento personal no es tangible, cada ser humano conoce las batallas internas que libra todos los días y también sabe que los momentos más felices han sido los más simples.
Para tener una vida tranquila y en armonía basta con vivir en amor y entender que cada experiencia que vivimos es fundamental para nuestro aprendizaje, el cuál nunca termina, compartir nuestras experiencias y lo que aprendemos de ellas es el aporte más grande que podemos hacer al mundo, no necesitamos hacer grandes descubrimientos de la humanidad, basta con sanar nuestras propias heridas para ayudar a otros, ser compasivos y amorosos con los demás es todo lo que necesitamos. Amar a Dios es amarnos a nosotros mismos y amar a los demás tal y como él nos ama, honrar su obra es amar nuestro ser a plenitud, nuestro cuerpo, nuestros pensamientos y nuestras emociones, vivir en amor es en realidad el gran sueño de vida.
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